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Cuando en los años sesenta Bill Evans grabó Conversations with Myself (1963), further conversations with myself (1967) y Alone (1968), el genial pianista de New Jersey ya había reinventado el piano jazz moderno, dándole una profundidad, una musicalidad y un estilo nada convencional. Había sido una de los artífices fundamentales en el mítico Kind of Blue y liderado un trío mítico con Paul Motian y Scott Lafaro, truncado por la muerte por accidente de este último, vuelto a configurar otro trío con Chuck Israels al contrabajo, pero también había grabado un buen número de joyas con Chet Baker, Shelly Manne, Stan Getz o Jim Hall. Durante estos años centrales de la década de los años sesenta, John Williams (no confundir con el compositor de bandas sonoras o el guitarrista clásico), un profesor de literatura de las universidades de Missouri o de Denver, publica su tercera novela, Stoner, un relato de un profesor universitario muy convencional. Tanto los trabajos a piano sólo de Evans como la novela de Williams, además de ser obras de una enorme calidad, tienen aspectos en común que iré demesnuzando.
En “Conversations with myself”, Evans toca el piano que utilizó Glen Gould para grabar las variaciones Goldberg de Bach pero introduciendo una curiosa novedad: utiliza tres pistas de piano acompañándose a sí mismo. Este método, que utilizará tanto en 1967 como al año siguiente en las grabaciones arriba citadas, va más allá de las controversias generadas y se convierte en una forma de diálogo del genial pianista con el mismo en varias voces, un soliloquio enriquecido por esta forma de complementarse y enriquecer su discurso. En todas estas obras se acerca a un repertorio variado, desde standards del Tin Pan Alley a canciones tradicionales pop y melodías de cine de esos años, composiciones magistrales de colegas (Round’ midnight de Monk) o alguna propia. Bill desarrolla un estilo reflexivo, pausado, extrayendo lo máximo a las melodías, jugando con ellas y estirándolas en un viaje en el que acompañamos al pianista por terrenos inexplorados. Es un enorme placer dejarse llevar y ver a dónde nos lleva Bill, la influencia del pianista es alargada, desde Keith Jarret hasta Fred Hersch o Brad Mehldau, son herederos de una forma de acercarse al piano enormemente melódica que conjuga a los grandes clásicos como Ravel, Debussy con jazzeros como Bud Powell o el propio Monk.
Stoner, con su reedición en 2005 se ha convertido en un auténtico fenómeno de ventas y novela ejemplar. El relato de una vida “normal” de un chico del sur de los EEUU de origen campesino que llega a ser profesor universitario, que se casa con una chica de clase acomodada, tienen una hija, a los 40 mantiene una aventura con una alumna y llega la jubilación a la vez que un cáncer que acaba con su vida. Una historia que no parece muy apasionante pero que en su estilo, las maravillosas descripciones, el dominio del lenguaje, los personajes y el ritmo hacen del libro un placer de lectura. Acompañamos a William en su vida gris y con pocos sobresaltos en lo que parece un personaje nihilista que no se altera y asume lo que le va sucediendo con normalidad, en un soliloquio. A pesar de construir otros personajes realmente bien definidos, es el protagonista el que define la línea del relato.
Los diálogos unipersonales de Bill son viajes interiores a una personalidad compleja, que nos cuenta muchos vericuetos mentales, las melodías expuestas en el inicio del tema dan lugar a variaciones que nos llevan a otras partes, que nos iluminan nuevas zonas. El relato de Stoner también es una conversación con uno mismo, Williams nos cuenta una vida, en la que aparentemente no pasa nada extraordinario, matrimonio, hija, crisis, aventura, su hija se casa, enfermedad. El protagonista parece indiferente o no lo juzga de una forma tan clara, tal vez lo que juzga más es su faceta laboral, la defensa de sus clases ante su enemigo académico, también el recuerdo de la amistad, el descubrimiento del amor tardío. Es una especie de conversación con uno mismo durante toda una vida. En cuanto a la forma, al lenguaje utilizado, ambos tienen formas clásicas y directas, pero se adornan con estilos perfectos, dominio de técnica al servicio del relato y la melodía. Si Evans convierte el trío de jazz en el formato perfecto, en un entendimiento entre los 3 músicos perfecto, al tocar solo utiliza otro lenguaje, se escucha a sí mismo y se cumplimenta, como hace Stoner en sus reflexiones. En ambas obras encontramos muchas preguntas y tal vez ninguna respuesta a nuestros propios enigmas.
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