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Escuchar el pop barroco y etéreo de Fleet Foxes con sus preciosas melodías y gimnásticos juegos vocales es un ejercicio tan encantador como leer el fantástico ensayo de Zbigniew Herbert sobre la pintura flamenca y contemplar con detenimiento obras tan perfectas y minuciosas como “los proverbios flamencos” de Pieter Brueghel el Viejo, un cuadro que sirvió de portada para el disco de estreno de los músicos de Seattle.
La ciudad que vio nacer el grunge a comienzos de los noventa, dio también la vida a Fleet Foxes quince años más tarde a una agrupación en torno a Robin Pecknold que elabora un folk pop que conecta con la tradición vocal de los sesenta: Simon & Garfunkel, the Beach Boys, Crosby, Still, Nash & Young, o con Joni Mitchell o el folk rock de los setenta como Fairport Convention o Pentagle. Pero se trata de una tradición que recoge y adapta al siglo XXI estas formas clásicas. El grupo no se queda ni mucho menos en un mero revival, porque tanto la calidad de los músicos como de las composiciones hacen que este debut sea uno de los grandes discos de la década. Desde esa apertura gloriosa de “Sun it rises” con una coros celestiales y un riff que se repite en acústica y eléctrica y luego da paso a la percusión para terminar con un cambio de frase, nos deja con ganas de más. Sigue una canción-himno “White winter hymnal” que nos traslada a un invierno nevado y nos invade con esos timbales fantásticos y los coros que continúan repitiendo la melodía al final. Después viene una canción redonda como “Ragged wood” que intercambia partes más animadas acompañando una caja redoblando con otras más calmadas y frases que se intercalan en voces e instrumentos. Esta combinación de partes calmadas con otras más animadas y frases melódicas marcadas por instrumentos o coros hacen peculiar el estilo del disco, un trabajo complejo, preciso y cuidado hasta el más mínimo detalle. “Tiger mountain peasant song” nos lleva al espíritu folk de los sesenta. Siguen otras maravillas como “He doesn’t know why” en las que nos identificamos con Pecknold cantando “there’s nothing I can do, there’s nothing I can say” y pequeñas joyas pop que se convierten en historias fantásticas como “Heard them stearing” que cuenta con unos coros majestuosos que marcan la melodía en este caso sin letra. “Blue Ridge Mountain” o “Your protector” son ejemplos de canciones muy trabajadas y con una paleta de un enorme espectro sonoro, la última empieza con flautas y la voz de Robin a la que se suma después la banda al completo llevándonos por una historia muy oscura. También delicadas delicias folk con menos instrumentación como “Oliver James” o “Meadowlarks”.
Zbigniew Herbert (1924-1998) es uno de los grandes poetas que ha dado Polonia, un escritor espléndido como muestra este maravilloso ensayo sobre la pintura flamenca de los siglos de esplendor: XVI y XVII. El título del trabajo hace referencia a Torrentius, nombre con el que se conoció a Jan Simonz van de Beeck, que llegó a ser pintor del rey de Inglaterra y murió en la pobreza y el anonimato. El conjunto de escritos son un homenaje al mejor arte, al trabajo que dejaron hombres geniales en un momento en el que se vive un gran cambio social que se traslada a una nueva forma de entender la vida. Además, el escritor establece cables de conexión con el espíritu actual, remarcando el nacimiento de la modernidad, del capitalismo y donde por primera vez el arte entra en consideración como trabajo reconocido.
Aunque Brueghel no figura en el ensayo de Herbert, que se centra más en el barroco del siglo XVII, la pintura flamenca posterior también refleja las calidades, temas y técnicas de maestros anteriores como Van Eyck, Van der Weyden, El Bosco o el propio Brueghel. Entre los ensayos de Herbert, además del dedicado a Torrentius, encontramos uno fantástico sobre el nacimiento del comercio del arte, que fomenta el auge de una boyante burguesía comercial. También se incluye un ensayo fantástico que describe la primera gran burbuja del capitalismo provocada por la especulación del comercio de tulipanes. Es curioso cómo algo tan efímero, bello y delicado se convirtió en el núcleo de una locura de negocio que causó un descalabro económico monumental.
Tanto el disco como el libro nos transportan a otros tiempos, a otros mundos, otros universos y otras formas artísticas. El disco, como objeto más allá de lo sonoro, que en este caso se enriquece con una de las portadas más hermosas de la música pop, identifica de forma plenamente acertada el contenido musical. Los ensayos sobre el periodo de mayor esplendor del arte flamenco y holandés nos muestran un tiempo nuevo y apasionante en el que el arte juega un papel primordial. En el disco encontramos sonoridades que nos pueden transportar al renacimiento o al barroco, no se utilizan vihuelas, laúdes o clavicordios, pero las mandolinas, guitarras acústicas y hasta banjos utilizados, así como los coros e inflexiones vocales y reverberaciones recuerdan en su resonancia a la música de esas épocas. Las piezas de pop barroco de Fleet Foxes y la carpeta que contiene el disco (en este caso es imprescindible hacerse con una copia en vinilo en la que poder ver los detalles de la portada y la contra) nos sirven de paisaje sonoro para la preciosista prosa de Herbert: un placer para los sentidos.
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